Me senté cuando mis piernas parecían no querer sostenerme. La sonrisa que irradiaba esa mujer, era como un poco más de presión en el puñal que me estaba enterrando con sus palabras ¡Esto no podía ser cierto! Me negaba a creerlo, pero las pruebas estaban allí, todas esparcidas sobre la superficie de esa mesa, que parecía estar cubierta por llamas de fuego, pues mis manos no se atrevían a volver a rozar allí.
- Es muy cierto ese dicho que dice, el que ríe último, ríe mejor.- murmuró carcajeándose
- Tiene que haber una explicación.- susurré intentando convencerme de ello
- La explicación es muy obvia, querida.- añadió con falso cariño.- Edward jugó todo este tiempo contigo
- ¡No!.- grité saliendo de mi asombro
- Convénceme de lo contrario.- increpó
Pero no tenía más pruebas, que mi amor por él… No había más recursos a los que recurrir, que todas las noches que habíamos vivido amándonos y escuchando palabras de amor de sus labios. En realidad, no tenía nada. Y ella, nuevamente lo tenía todo.